Joseph Tainter y luego Jared Diamond escribieron tratados que intentan responder esta pregunta. Revisando la historia de varias sociedades, desde Groenlandia hasta Isla de Pascua, nos entregan varias lecciones que en momentos de crisis social y política vale la pena revisar.
Resulta interesante comprobar que ni siquiera las experiencias de nuestros antepasados garantizan que una sociedad no vuelva a cometer los mismos errores. Los registros escritos y visuales entregan elementos que permiten blindar, pero solo parcialmente, ya que muchas veces tendemos a olvidar.
Las sociedades complejas, como la nuestra, se caracterizan por disponer de un elevado flujo de información para tomar decisiones de forma centralizada y coordinada (Tainter). Entonces, resulta curioso que muchas de esas sociedades se vengan abajo cuando se enfrentan precisamente a las condiciones para las que supuestamente estaban preparadas (Diamond). Algunos líderes de ese momento manifiestan que están preparados para todo evento, y que los fusibles automáticos serán suficientes para estabilizar la sociedad y hacerla perdurable y próspera. Por lo mismo, muchos de ellos no toman medidas y actúan con una gran dosis de fe. Se despreocupan por el eventual desastre que se les aproxima.
Los errores no son individuales en el colapso de una sociedad moderna. Los errores personales están asociados a malas decisiones de inversión o profesionales, pero en los errores colectivos (los relevantes para una sociedad) intervienen otros factores. De manera transversal en las sociedades que colapsan, ambos autores detectan que los intereses individuales prevalecen por sobre los colectivos. También surge la “falsa analogía” y la “normalidad progresiva”.
La falsa analogía ocurre cuando se piensa que una situación presente es similar a otra ocurrida en el pasado de nuestra u otra sociedad y frente a la cual se implementan medidas no adecuadas para la nueva situación. Cuando examinamos nuestra discusión política actual, vemos cómo nuestros líderes consideran las soluciones aplicadas a otras sociedades como necesarias en la nuestra. Se busca el atajo convincente, pero se olvida el análisis idiosincrático exhaustivo del problema y el uso de la memoria colectiva.
Por otro lado, la normalidad progresiva ocurre cuando los cambios se desarrollan de manera lenta, lo que los hace imperceptibles para los líderes. Grupos de interés que se hacen poseedores de la solución terminan tomando el liderazgo y generando soluciones drásticas que generan grandes conflictos dentro de la sociedad. Esta última teoría podría explicar, por ejemplo, que un isleño corte la última palmera en Isla de Pascua: las fueron cortando de a poco, de forma imperceptible, sin que los mayores -aquellos que poseen la memoria colectiva- intervinieran y, por ende, no fueron capaces de detener la última tala.
¿Qué lecciones nos deja esto para el Chile de hoy? Las últimas elecciones han estado plagadas de propuestas con soluciones drásticas y aparentemente muy simples a problemas que se incuban hace tiempo. Se propone la política del péndulo, donde un votante más joven es quien la impulsa, en tanto los mayores se han alejado de las urnas. Este fenómeno es particularmente llamativo cuando vemos que el votante menor a 34 años representó cerca del 34% del votante en la elección de mayo pasado, en tanto los votantes mayores de 50 años disminuyeron su participación. Razones sanitarias pueden estar detrás de esto, pero se hace complejo diseñar una sociedad sin la presencia de la experiencia y la historia cognitiva que entregan los años. Esto no le hace bien a una sociedad.
Se necesita de la memoria colectiva en las urnas. El impulso a nuevos retiros de fondos de pensiones es parte del mismo problema, donde congresistas levantan ideas de emprendimiento, ausencia de trabajo, con soluciones simples a problemas complejos que nuestra memoria colectiva podría digerir de mejor manera. ¿Dónde están los votantes de mayor edad, poseedores de la memoria histórica?
Jorge Selaive
Economista Jefe Scotia Chile y Académico FEN U. de Chile