El proceso constitucional ha comenzado. Diversidad de demandas llevarán a una constitución que, luego de intensas y acaloradas negociaciones políticas, dará un mayor rol al Estado en la provisión de bienes y servicios, y someterá los derechos de propiedad a otros derechos inalienables en una república democrática con menores atribuciones de gasto para el ejecutivo. Más allá de declaraciones de aquellos que se sienten victoriosos, el juicio técnico convincente superará la inhabilidad de articulación que se observa en muchos constituyentes. Este nuevo trato no es un problema para los mercados y para la asignación de capitales, aunque no se puede desconocer que tendremos daño a los incentivos para la creación de valor virtuoso propio del capitalismo.
El gran desafío para contener la incertidumbre es detener una fuerza subterránea que esta combatiendo al establishment político propio de una democracia sana. Las fuerzas políticas tradicionales de izquierda y derecha no han perdido la batalla de las ideas (ni de los votos), lo que se ve en que mantienen una votación relevante y con capacidad de contención más allá de la mirada sobre la convención constitucional. La amenaza a la democracia se palpa cuando muchos exigen respuestas rápidas para problemas complejos. Es el caso de varios dirigentes políticos e incluso conductores de televisión que parecen tener un doctorado en políticas públicas, desarrollo social y, me atrevería a decir, se arrojan la capacidad de reemplazar fácilmente a científicos, sociologos, expertos y astrónomos.
El populismo tiene dos facetas, una que realiza cambios positivos y expande los derechos humanos (Ganghi, Martin Luther King, entre otros) o, por el otro lado, enciende la llamarada que incinera la libertad y condena la decencia a cenizas (Hitler, KKK, etc). Miedo e ignorancia reune gente que se apoya mutuamente y combinada se transforma en un mob, una fuerza potente y manipulable. La mobocracia resulta entonces en una calamidad que termina discriminando, levantando pancartas de buenos y malos, excluidos y favorecidos, blancos y negros, que prenden facilmente en el mob y que terminan generando escaladas de violencia e intransigencia. Este fenómeno sí es dañino para el crecimiento y los mercados del trabajo y capital (sí, para ambos).
Cuando el mob no comprende que dentro de sí mismo se está incubando esa fuerza incontenible que, al poco andar, se contradice, se daña el crecimiento. Este mob, por ahora, siente estar bendecido por la búsqueda de justicia social, pero al poco andar, terminará suscribiendo un movimiento que discriminará a inmigrantes por el gasto social que crecimientemente están absorviendo y a trabajadores dependientes, que provienen desde las misma clase trabajadora pero que se consideran privilegiados. Este fenómeno sí es dañino para el crecimiento y los mercados del trabajo y capital.
El mejor remedio para disminuir la incertidumbre y fomentar una mantención del crecimiento más allá del 2022 – porque cabe poca duda que los recursos alcanzarán para que la fiesta dure este año y parte importante del próximo-, es que las fuerzas políticas tradicionales encuentren el norte, dejen de intentar conquistar al mob con propuestas populistas y trabajen con una agenda de mediano plazo. Hagan saber sus convicciones en el congreso y den guía técnica a la convención constitucional. Además, que alguna de esas fuerzas políticas tradicionales, ubicadas dentro del espectro político modeado, logre la presidencia a fin de año, también es parte de una moderación política que permitirá contener la incertidumbre.
Jorge Selaive
Economista Jefe Scotiabank y Académico FEN U. de Chile