Una de cada 4 personas confiesa que sube de peso en el verano.Y es que el relajo de las vacacione nos invita a todo tipo de placeres. Ya sea en la playa, en el campo o en el lago las ganas de un aperitivo tipo 12 y un asadito al caer la tarde ¡son irresistibles! Y para qué hablar del heladito o la palmera recostados mirando cómo juegan los niños ¡puro placer! Y si notamos que los pantalones de siempre nos empiezan a quedar apretados, lo olvidamos rápidamente porque no es algo de lo que queramos hacernos cargo mientras estamos en familia disfrutando del merecido descanso después de un año -y de unos años- agotadores.
Pero en alguna parte de nuestro inconsciente, sabemos que nos estamos excediendo y eso no nos permite disfrutar del todo. Para muchas y muchos hay una culpa que se asoma de tanto en tanto y que, sabemos, la primera semana de vuelta a “la realidad” será ¡un temazo!
Si aún no has salido de vacaciones o te encuentras en la mitad de éstas, te invito a olvidar la culpa y hacer algo diferente esta vez: mantener una alimentación sustentable. Teóricamente, el verano es el momento ideal para mantener una dieta saludable. El calor nos hace querer comer más ensaladas y frutas, hacemos más actividad física porque verano no es solo símbolo de comida, sino que, de caminatas por la playa, juego de paletas, excursiones a pie o a caballo y un sinfín de panoramas entretenidos.
Eso de “hacer dieta” o “cumplir un régimen” es una visión de salud que se ha incrustado en el inconsciente colectivo y que poco a poco estamos intentando erradicar. Los estudios indican que esta cultura es la responsable de la proliferación de trastornos alimentarios tanto en hombres y mujeres desde la pre adolescencia. Por lo mismo, enfocarse en una alimentación sustentable -es decir, alimentos no procesados, reales, sin compuestos químicos impronunciables- es la clave para mantener un peso estable durante todas las temporadas. En mi último libro “Por qué no puedo parar de comer: diario para sanar el hambre emocional” (Grijalbo, 2021) planteo formas de alcanzar esta difícil tarea: Alimentación real y en porciones adecuadas. Comer de todo sin excesos puesto que como bien sabemos “la dosis hace al veneno”.
Heredémosle a nuestros hijos, veranos cargados de actividades al aire libre, creatividad y alegría, no veranos cargados de azúcar para matar el aburrimiento. Más castillos de arena y menos dulces, más pichangas o voleibol y menos helados… Finalmente, con el pasar de los años lo que recordamos de las vacaciones son los paisajes, la compañía y lo bien que lo pasamos y no lo que comimos.
Por Karolina Lama
Autora y Magister en psicología Cínica
Instagram: @karo.lama