“MI NOMBRE, QUE ES TAMBIÉN EL DE MI ABUELA Y EL DE MI MADRE, ES UNA MARCA”
- La abogada y escritora de ascendencia árabe ha tenido un año intenso. Acaba de publicar su última novela, “Limpia”, la cual obtuvo el premio Mejor Novela Inédita y su ensayo “Las Homicidas” fue reconocida con el British Academy Book Prize. Aquí nos habla de sus obras, de sus procesos creativos, del éxito y de su “arabidad”.
Alia está feliz. Dice que es porque gracias a una beca de postdoctorado de la Universidad Católica, vive uno de esos periodos extraños donde puede dedicar tiempo a la escritura y al pensamiento.
A mediados de octubre de este año publicó su última novela, “Limpia” (Penguin Random House), que en 2021 obtuvo el premio Mejor Novela Inédita del Ministerio de las Culturas. La obra, cuyos derechos se vendieron a trece idiomas antes de su publicación en español y que el diario El País calificó como uno de los debuts más importantes del año, narra la historia de Estela, una chica del sur que se instala a trabajar puertas adentro como asesora del hogar de una familia acomodada en Santiago.
Una tragedia anticipada, la muerte de la hija pequeña a la que cuida, es el punto tensor de esta novela que se pasea con naturalidad por temáticas como el encierro, la diferencia de clases y la presión por el éxito. “Limpia” es una pesadilla claustrofóbica, hermosamente escrita, difícil de soltar.
¿Qué te inspiró a escribir esta novela?
R: El impulso que detona un libro es muy difícil de explicar para mí. Es una mezcla entre el deseo, la curiosidad, una inquietud intelectual y, en el caso de “Limpia”, una voz que ya había explorado más tímidamente en “Las Homicidas”, y que se había quedado rondándome, hablándome. Así que decidí retomarla, empezar de cero y ver adónde me llevaba esa voz. Y me llevó a explorar la violencia que subyace al clasismo, las vidas suspendidas a favor de otras vidas, el silenciamiento de las mujeres y otros temas que están tocados en mi novela a través de una historia, la de Estela, y su encierro durante siete años como trabajadora de casa particular.
En noviembre, Alia Trabucco Zerán también fue reconocida con el Premio del Libro de la Academia Británica por su ensayo “Las Homicidas” (2019, Lumen) por mejor comprensión cultural mundial. El libro narra con ojo crítico cuatro homicidios cometidos por mujeres chilenas durante el siglo XX.
“Cuando una mujer comete un asesinato, transgrede las leyes criminales, las que dicen ‘no matar’, y también las leyes del género, es decir, las que nos dicen que las mujeres somos y debemos ser pasivas, sumisas, inofensivas. Si un hombre mata, en cambio, transgrede las leyes criminales, pero las leyes de la masculinidad siguen intactas porque la violencia está inscrita social y culturalmente en la masculinidad como algo natural, algo “normal”. Que no nos horroricemos porque un hombre mata dice mucho de nuestra sociedad. Nadie cuestiona, en ese caso, su estatus de verdadero hombre. Y en ocasiones incluso su masculinidad se ve reafirmada, como en las mafias. Pero si una mujer mata entonces es loca, histérica, mala, masculina, una ‘falsa mujer’ y la sociedad reacciona para intentar devolverla a su lugar y que la feminidad no se vea cuestionada por su acto. Me temo que esto no ha cambiado”, reflexiona la escritora.
Antes de volcarse a las letras, Trabucco estudió derecho en la Universidad de Chile, donde se tituló en 2008. En un artículo publicado en el medio Nodal –en junio de este año- recuerda su primera clase donde el profesor dijo que el derecho era una herramienta para combatir la crueldad. Sin embargo, la experiencia le mostró que en la práctica esto rara vez se cumplía.
¿Fue este el motivo por el que decidiste migrar a la escritura, como una nueva forma de combatir la crueldad?
R: Algo de eso hubo tras mi decisión. Es decir, algo de frustración con esa promesa incumplida del derecho, pero también hubo otra cosa, mucho más fuerte: un deseo. Yo quería escribir, de hecho, secreta y no tan secretamente, ya escribía y cuando me di cuenta de lo que la escritura me provocaba, a dónde me llevaba, cuánto me apasionaba, sentí que debía probar más en serio, porque era decidora mi felicidad cada vez que me sentaba a escribir, y aún más decidora mi infelicidad cuando me tocaba volver al derecho.
¿Cómo es tu proceso creativo?
R: No tengo muchas mañas salvo que haya relativo silencio. Ni siquiera la soledad es una maña. Puedo escribir en bibliotecas, y escribo también en mi casa ahora que al fin tengo mi propio escritorio. Y mi proceso es ensayo y error, siempre es igual. Empiezo totalmente perdida, a ciegas, con una imagen o una idea, un impulso, y luego son meses, a veces años a tientas, hasta encontrar una estructura o una voz que me oriente y me permita seguir ya más decidida. Y cuando tengo un borrador: lo leo y lo releo y lo pulo y leo en voz alta hasta saberme el libro casi de memoria. Y recién ahí, lo comparto con algunas lectoras amigas brillantes que me critican y ahí vuelvo al texto. Y solo entonces, a la editorial, donde viene más edición.
Otra de las temáticas que vemos en “Limpia” es la presión por el éxito ¿Tú también has vivido así tu carrera de escritora?
R: No hay afuera del modelo en que vivimos. Es una de las características del neoliberalismo, coopta de maneras inesperadas y muchas veces crueles. La familia que retrato en “Limpia” es parte de ese modelo de manera acrítica y, en ese sentido, es también cómplice, aunque sea una complicidad que implica para ellos sufrimiento, estrés e infelicidad. En cuanto a mí misma, como mujer, en primer lugar, estoy sujeta a las presiones que recaen sobre la feminidad, que no son pocas. Como escritora, a la vez, a las presiones económicas de un oficio inestable, a las inseguridades propiamente literarias, a la incertidumbre del próximo libro. El éxito, como tal, no es ni mi meta ni mucho menos. Hay libros magníficos, extraordinarios, con poquísimos lectores y ningún premio. Lo contrario también ocurre. Para mí la escritura sigue siendo un espacio de enorme libertad y placer. (Por eso) no me comprometo a textos que no me interesa escribir. Intento resistir a todas esas presiones asociadas a la palabra “éxito”. Lo de las redes (sociales) no deja de ser mentiroso: se postea la foto del viaje, del premio, aparecen entrevistas, pero no aparecen las horas en el escritorio, leyendo y escribiendo, borrando y volviendo a empezar.
En 2017, Ventana Abierta Editores, publicó el libro “Vivir allá́: antología de cuentos de la inmigración en Chile”. El segundo capítulo “Entrar al ruido”, lo escribió Trabucco tras la muerte de su abuela siria, que le permitió explorar el ser árabe en Chile y la extranjería de sus ancestros comerciantes.
“Es algo muy fuerte la palestinidad. Lo político tras la palestinidad y también la arabidad, ese ser otro, ser distinto, llevar un nombre que he debido deletrear toda mi vida, del que algunos se reían en mi infancia, el nombre que a su vez pertenecía a mi abuela siria y que pertenece a mi madre, que se llama Alia Faride, es una marca. Y enfatizo lo político por sobre lo identitario, porque si bien la palestinidad se expresa en mi manera de ser con otros, en mis vínculos familiares y de amistad, en mi forma de recibir en mi propia casa, va mucho más allá de eso. Te hace consciente del significado de una ocupación, te hace consciente de la palabra opresor y la palabra oprimido y de sus posibles resistencias. Se genera un vínculo de empatía política, de complicidad, que apunta a Palestina, pero también permite releer otros conflictos, como el Mapuche con el Estado de Chile. Y eso es político, no solo identitario. Me mueve el tema, apoyo la campaña de BDS, por ejemplo. En cuanto a si (volveré) a escribir sobre esto: Espero que sí. Deseo hacerlo”, comparte con Al Damir.
Por Stephanie Elias