Durante lo que va de 2022 se han conjugado una serie de factores globales que aumentan el riesgo de una desaceleración sincronizada de Estados Unidos, Europa y China. Más aún, que alguno de estos bloques decepcione, aumenta el riesgo de que otros lo sigan. La delgada vereda de estabilidad económica y financiera por donde tienen que transitar estas economías luego de dejar atrás lo peor de la pandemia esta en jaque.
La política de cero Covid en China está causando ralentización del crecimiento, en una economía que ya se encontraba con importantes riesgos para su estabilidad financiera muy vinculados al sector inmobiliario. La decisión de contener los contagios a través de políticas dinámicas de cuarentena ha afectado a parte de la industria exportadora e, incluso, ha impedido la normalización en las cadenas de abastecimiento. Si bien durante mayo los contagios volvieron a retroceder, dando esperanzas de reactivación, luce difícil que los planes de infraestructura anunciados por Xi Jinping puedan ejecutarse con consistencia ante la posibilidad de que nuevamente se observen restricciones severas a la movilidad. Bancos de inversión han revisado a la baja sus perspectivas de crecimiento para el gigante asiático.
En Europa, una economía que previo a la pandemia estaba débil, la situación luce compleja. Para muchos observadores la recesión parece inevitable en medio del conflicto en Ucrania, que ha encarecido el costo de la energía y elevado la inflación en varias de sus principales economías. Un escalamiento del conflicto ruso-ucraniano podría forzar a sanciones aún mayores que sin duda tendrían altos costos económicos para el mismo bloque. El Banco Central Europeo ha sido particularmente claro al señalar que por ahora no tiene otra opción que aumentar la tasa de interés, lo que también causará impactos relevantes en ese ya alicaído bloque económico.
Todo esto se da en paralelo a la normalización de la tasa de instancia en Estados Unidos, la que para muchos fue equivocadamente retrasada. Se espera que la Fed continue aumentado la tasa de política con impactos reconocidos por su presidente, Jerome Powell. Entonces, luego de una caída del PIB de EE.UU. el primer cuarto del año no es posible descartar nuevas contracciones. Afortunadamente, por ahora, a pesar de inflación anual sobre 8%, el consumidor americano mantiene grados de confianza razonables sobre el futuro cercano, pero el equilibrio es delicado.
Esta trifecta de desaceleración sincronizada es un riesgo material y de primer orden para las economías emergentes. A pesar de que muchas de estas economías han tratado de blindarse aumentado las tasas de política monetaria e intentado poner en orden sus arcas fiscales para hacer frente a un escenario financiero más complejo, es difícil pensar que saldrán inmunes de materializarse una marcada desaceleración o recesión global, aunque sea breve.
En este sentido, a nivel local hay tres flancos importantes: el fiscal, donde se requiere mantener la consolidación en curso. Expandir el gasto más allá de lo contemplado en el último informe de finanzas públicas, violentando la convergencia fiscal comprometida, solo colocaría a Chile dentro de las economías más sensibles ante su inhabilidad para una eventual política contra-cíclica. Las reformas estructurales anunciadas por el gobierno, pronto a ser enviadas al congreso para su discusión, puede crispar el ambiente político aún más y desordenar las prioridades. El crecimiento económico inclusivo no puede dejar de ser la principal preocupación cuando se discutan estas reformas.
En la arena constitucional, los próximos meses serán cruciales para definir el camino del proceso en medio de polarizadas campañas por el apruebo y rechazo. En ese plano, es importante entregar todas las certezas posibles para la inversión y una hoja de ruta que contemple acuerdos políticos amplios ante cualquiera de las alternativas que logre imponerse.
La propuesta constitucional tiene elementos complejos para la inversión y el crecimiento, entre los que se cuentan el deterioro relativo del derecho de propiedad respecto a la constitución vigente, así como cierto daño en algunas instituciones que estaban funcionando bien. Por otro lado, tiene la ventaja de nacer en plena democracia lo que le entrega sustantiva legitimidad. Muchos consideran la propuesta constitucional maximalista, lo que claramente es el caso cuando se compara con constituciones de países desarrollados. En esta nueva propuesta se explicita casi todo, y lo que no, se deja con grados de incerteza sometido a leyes simples provenientes del gobierno y congreso de turno. En países desarrollados las constituciones son minimalistas y dejan casi todo a simples leyes. ¿Sabía usted que la constitución de Canadá no hace referencia alguna a derechos de propiedad, Banco Central, sistema de pensiones y salud o responsabilidad fiscal? La diferencia es el “capital social y político” que tienen países desarrollados. ¿Tenemos suficiente capital social para encaminar una nueva constitución en la senda del desarrollo económico inclusivo? Probablemente la respuesta a esta pregunta sea una de las que tiene que hacerse al momento de definir su voto.
Finalmente, respecto a la política monetaria, cabe poca duda del actuar proactivo del Banco Central durante los últimos meses, pero hoy también es importante ponderar los riesgos de un periodo -breve pero intenso- de estanflación global. Estar listos para dar un giro rápido al sesgo de la política monetaria parece ser lo más prudente.
Jorge Selaive
Economista Jefe Scotiabank y Académico FEN U. de Chile