La reciente invasión rusa a Ucrania puso de manifiesto la vigencia de lo que el intelectual palestino Edward Said definió como orientalismo, es decir, la distinción ontológica y epistemológica entre Occidente y Oriente. La existencia latente de un discurso, de un cuerpo de teorías y prácticas que divide al mundo entre un Occidente civilizado: racional, pacífico, amante de la paz, tolerante y democrático, frente a un Oriente, especialmente árabe e islámico, incivilizado: irracional, violento, fanático, intolerante y autoritario. Dicha vigencia se ha expresado en el grosero doble estándar que las potencias occidentales han dejado en evidencia frente a la violación del derecho internacional cometida por Rusia, y las consecuentes y rápidas sanciones aplicadas a dicho país en los ámbitos económico, cultural e incluso deportivo. Todo ello mientras se sigue consagrando, por décadas, la impunidad en el caso de Palestina, donde Israel viola permanentemente el derecho internacional y, más aún, todas las resoluciones emitidas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuyo carácter vinculante y obligatorio nunca se han cumplido, perpetuando la ocupación de Palestina, extendiendo la construcción de colonias ilegales y consolidando una situación de apartheid.
El político irlandés Richard Boyd Barrett expresó dicho doble estándar en términos claros y en forma tajante: “Los palestinos son considerados una raza inferior…cinco días y ya hay sanciones contra Putin y sus criminales, setenta años de opresión a los palestinos pero no sería, ¿cómo dijeron ustedes?, no sería útil imponer sanciones. Están felices de usar las palabras más fuertes y contundentes para describir los crímenes contra la humanidad que comete Putin, pero no usan el mismo lenguaje contundente cuando se trata de describir el trato de Israel a los palestinos que ha sido documentado y detallado por dos de las organizaciones de derechos humanos más respetadas del mundo. Ustedes ni siquiera quieren usar la palabra apartheid…”. Efectivamente, Human Rights Watch y Amnistía Internacional, a través de sendos y extensos informes, han expresado claramente su condena a Israel por el apartheid que impone a los palestinos, tanto a los que viven en los territorios ocupados, como a aquellos que lo hacen al interior de Israel. Sin embargo, EEUU y la Comunidad Europea se niegan a aplicar sanciones en contra lo que dichas organizaciones consideran expresamente crímenes de lesa humanidad.
Asimismo, resulta evidente que la perspectiva orientalista se manifiesta en un grosero racismo que la crisis en Ucrania ha sacado a la luz, tanto en las declaraciones de políticos europeos, como en el discurso de periodistas y corresponsales que cubren los hechos en el terreno. Frente a los cientos de miles de refugiados ucranianos que han debido abandonar sus hogares a causa de la guerra, el primer ministro búlgaro, Kiril Petkov, declaró: “no son los refugiados a los que estamos acostumbrados… estas personas son europeos. Estas personas son inteligentes, son personas educadas. … Esta no es la ola de refugiados a la que estábamos acostumbrados, personas de las que no estábamos seguros acerca de su identidad, personas con pasados poco claros, que podrían haber sido incluso terroristas”. Así también, el fiscal jefe adjunto de Ucrania, David Sakvarelidze, frente al ataque de Rusia en su territorio manifestó: “es muy emotivo para mí porque veo cómo matan a personas y niños europeos con ojos azules y pelo rubio por los misiles de Putin”. Corresponsales de agencias noticiosas no se han quedado atrás, reportando desde Kiev, el corresponsal de CBS, Charlie D’Agata, afirmó que Ucrania no es «un lugar… como Irak o Afganistán», sino más bien «relativamente civilizado, relativamente europeo», y la conocida reportera de NBC Kelly Cobiella, refiriéndose a la ola de refugiados ucranianos en Polonia expresó en vivo: “solo para decirlo sin rodeos: estos no son refugiados de Siria, son de Ucrania. Son cristianos. Son blancos. Se parecen mucho a nosotros”.
Resulta éticamente esperable como muestra de solidaridad humana, ante la envergadura de la crisis desatada, que los países europeos apliquen una política de puertas abiertas y den la bienvenida a los refugiados ucranianos, nadie puede permanecer ajeno a prestar ayuda a las víctimas de un conflicto. Sin embargo, la actitud y la política no son las mismas con los refugiados de Oriente Medio o África. La discriminación por el color de la piel, el origen étnico o la religión es inaceptable y da cuenta de la deshumanización que las elites europeas siguen manteniendo y aplicando a otras poblaciones no occidentales que consideran “incivilizadas” y de una categoría inferior. La gravísima crisis humanitaria desatada hace ya años, por ejemplo, en Yemen, ha permanecido invisibilizada por los medios de comunicación occidentales, así como tampoco hay sanciones ni condenas categóricas a los permanentes bombardeos saudíes que violan el derecho internacional y la soberanía de otro país. Asimismo, el blindaje, en función de sus intereses geopolíticos, que entregan tanto EEUU como la Unión Europea a Israel, se enmarca en la misma perspectiva orientalista. Un discurso que sostiene sus políticas coloniales e imperialistas, que normaliza, sin condena, alguna de las invasiones y permanentes bombardeos israelíes a la Franja de Gaza, la represión en los territorios palestinos ocupados y la grave situación de apartheid que sufre diariamente el pueblo palestino.
Ricardo Marzuka Butto
Académico del Centro de Estudos Árabes Eugenio Chahuán de la Universidad de Chile.