Columna de opinión
“Cuando estés en un lugar maravilloso, entre persona cultas, al lado de viejas ruinas y en lo alto de una montaña, murmura mi nombre para que mi alma vaya hasta el Líbano y flote sobre ti” (Khalil Gibran).
Llora el Líbano la trágica explosión de su puerto en Beirut, que ha dejado más de 150 muertos, 6 mil heridos y cientos de desaparecidos.
Llora el Líbano a Alexandra Najjar, una niña de tan solo tres años; a Sarah Fares, paramédico que trabajaba con bomberos; o Joe Akiki, trabajador del puerto y estudiante de la Universidad de Notre Dame; entre tantos otros alcanzados por un estallido que aún retumba en los rincones de un pueblo rodeado de cedros y montañas.
Llora el Líbano décadas de conflictos que han azotado su sociedad. Su cruenta guerra entre 1975 y 1990; los enfrentamientos con Israel, las tensiones con Siria, o el asesinato de su primer ministro Rafiq Hariri, de mano de grupos terroristas. Un país asediado por conflictos, inestabilidad política y dolorosas pérdidas.
Llora el Líbano la corrupción endémica, “más grande que el Estado” en palabras del su ex Primer Ministro, Hassan Diab. Un flagelo que destruye la confianza de un pueblo a sus líderes, que atenta contra la provisión de bienes y servicios públicos básicos y que hace más difícil la cooperación internacional.
Llora el Líbano la descomposición institucional que lo ha llevado al colapso económico y político. Un país sin divisas y en default, con una deuda pública cercana al 170% del Producto Interno Bruto y una pobreza que alcanza la mitad de su población. Una nación marcada por una clase política sectaria y una elite incapaz de encausar los destinos del país.
Pero esas lágrimas son también su fuente de fortaleza. Un país que ha logrado pararse tantas veces en su historia y que cuenta con una comunidad alegre, gozadora, con profundo sentido de familia y esfuerzo.
Sí, ese mismo país de hermosos cedros, que alberga a la antigua Byblos, con una numerosa diáspora a nivel mundial (sobre 3 veces su país) que ha dejado huella en el mundo de las humanidades, los negocios, la música y la academia. La misma que fue acogida en Chile a comienzos del siglo pasado, en su mayoría cristiana, que desembarcaba en los puertos de Antofagasta o Valparaíso, y que siempre agradeció a ese Chile que los recibió y que se transformó en su nueva nación.
Ya llegará el momento de pensar en los cambios y reformas del Líbano, en la renovación de su clase política o en los planes de su nuevo Primer Ministro, Mustafa Adib. A casi un mes de la tragedia, rindamos un sentido homenaje a todas las personas caídas, a los heridos y a quienes quedaron sin techo. A las personas consumidas por la angustia y frustración. A la comunidad chileno-libanesa, al cuerpo diplomático y a nuestros patriotas que han viajado para apoyar las labores de búsqueda.
“Vosotros tenéis vuestro Líbano y yo tengo el mío. El vuestro es el Líbano político y sus problemas. El mío es el Líbano natural en toda su belleza. Vosotros tenéis vuestro Líbano con programas y conflictos. Yo tengo el mío con sus sueños y esperanzas. Estad satisfechos de vuestro Líbano, tal como yo me contento con el libre Líbano de mi visión” (K.G.)
Jorge Sahd K.
Director Centro de Estudios Internacionales UC